sábado, 30 de octubre de 2010

Eclipse solar...

Decía un amigo que "si los hijos de puta volasen, no se vería la luz del Sol..."

La primera vez que se lo oí me hizo muchísima gracia y no pude evitar una sonora carcajada... ¡Ya estaba él, como buen andaluz, con una de sus exageraciones!

El tiempo ha acabado dándole la razón, porque llevo una semana y media sin ver el Sol. No, no es porque haya estado nublado; que no ha sido así hasta esta misma tarde; sino porque los hijos de puta voladores que se han cruzado en mi vida en los últimos diez días han ocultado cualquier atisbo de luz y calor que pudiese provenir del astro rey.

¿Qué hay en la mente de un hijo de puta que engaña a sus clientes y, no contento con eso, los denuncia justo por lo contrario?

¿Qué hay en el ánimo de un hijo de puta al que pierde la avaricia hasta "olvidarse" de que tiene que pagar el trabajo de los profesionales que han estado dedicados a él y a sus "sueños" durante más de dos años?

¿Qué hay en el corazón de un hijo de puta que habiéndote llamado "amigo" bloquea "sine die" ese cuantioso pago que te adeuda una administración pública porque te atreviste a poner en cuestión su más que patético "liderazgo"?

¿Qué hay en las entrañas de un hijo de puta que roba tu trabajo y tu saber y lo difunde, usa y prostituye en beneficio propio sin tu permiso?

¡A ver si llega el amanecer, porque llevo diez días en tinieblas!
























P.S. En honor a la verdad, y a la igualdad, debo mencionar que, de los aquí comentados, más de una es "hija de puta" y no "hijo de puta". No vayamos a pensar que esto es cuestión de sexos (o de género, como dicen los "progres" de pacotilla).


P.S.S. No os vayáis a asustar. Lo que cubre el Sol en la foto no es una bandada de "hijos de puta" sobrevolando la Tierra. Es la Luna, que es cuatrocientas veces más pequeña que el Sol, pero que está cuatrocientas veces más cerca que él (curiosidades de la naturaleza que nos permiten disfrutar de estas imágenes).

viernes, 22 de octubre de 2010

De vida y de muerte...

En más de una ocasión me pregunto por qué amo tantísimo la vida... Cualquier vida.

Y me viene a la memoria un episodio de mi infancia que marcó mi vida, que aconteció hace cuarenta y un años, y que deseo compartir con los lectores...

Era 20 de octubre, fecha del cumpleaños de mi queridísima madre, y estábamos en familia en el primer hogar que conocí, un piso coqueto en el barrio bilbaíno de Rekalde. Yo tenía solo cinco años.

La familia que habitaba el piso que quedaba frente al nuestro era casi, casi, parte de nuestra propia familia. Ella era modista, como su hija (bastante mayor que nosotros), y cosía en casa. Él era viajante...

¡Las horas que pude pasar durante mis primeros años bajo la máquina de coser de nuestra vecina! Era mi refugio favorito. Me quedaba allí, cogía una tijera, hilo y aguja y, con los retazos de tela que iban cayendo, me dedicaba a confeccionar trajes para las muñecas de mi hermana... ¡Hubiese sido un buen modisto!

Después de la opípara comida de celebración del cumpleaños, mi madre fue a buscar a nuestros vecinos para que compartiesen nuestra alegría y un buen café.

Se encontró a nuestras vecinas solas y ahogadas en un mar de lágrimas. Les acababan de comunicar que su marido, y padre, acababa de fallecer en un estúpido accidente de tráfico. El dolor y la angustia lo llenaron todo. El silencio sustituyó a la algarabía, la lágrima a la risa... La muerte sustituyó a la vida.

Era la primera vez que la muerte tocaba tan cerca de mi puerta y pasé el resto de la jornada observando en silencio el dolor en todos los que me rodeaban... Y llegó la oscuridad de la noche en mi cama.

Rememorando los acontecimientos del día en mi mente infantil, la ansiedad se apoderó de mi corazón hasta lo más profundo... Una certidumbre empezaba a llenar mi mente y oprimía mis entrañas a medida que se hacía más evidente. Empecé a sollozar calladamente, pero mi amada madre me oyó...

Entró en la habitación y se acercó a mi cama. Se sentó en el borde del colchón y me acarició la cabeza...

- ¿Qué te pasa?

Sin mediar explicación previa, le pregunté a bocajarro...

- Mamá. ¿Yo también me tendré que morir?

Mi madre torció un poco el gesto y después de pensarlo un segundo contestó.

- Sí hijo, todos nos tenemos que morir...

Quizá para mi madre hubiese sido más cómodo contestar a su hijo de cinco años con un circunloquio plagado de incongruencias infantiles o simplemente mentir, pero no lo hizo.

Gracias a mi madre descubrí la mayor de las verdades de la vida con cinco años, que acaba en la muerte.

Gracias a mi madre, nunca he temido a la muerte... ¿Para qué temer lo inevitable?

¡Gracias madre! Me diste la vida y me enseñaste a amarla hasta el extremo, porque me enseñaste, sin mentiras, que siempre, siempre, acaba en la muerte.

"Finis gloriae mundi" Valdés Leal, Hospital de la Caridad (Sevilla)

martes, 12 de octubre de 2010

Cuestión de prioridades...

Mi sobrinillo bilbaíno, que tiene seis años, sufrió el pobre un percance en días pasados. Se tropezó y se cayó todo lo largo que él es, hacia adelante, con tan mala suerte que se dio de boca contra el suelo y se rompió una de las paletas. Y sí que era mala suerte, porque la paleta no era de leche, sino uno de los dientes definitivos. Se la han arreglado y, por lo visto, ha quedado bien. Hoy en día los odontólogos lo arreglan casi todo y han podido con ese pequeño desaguisado.

Todo el mundo estaba muy extrañado porque cuando se cayó no hizo ademán alguno, aunque solo hubiese sido por puro instinto de auto-protección, de poner la manos para frenar la caída... No tenía ni un ligerísimo arañazo en las manos.

Como nadie conseguía explicarse tal comportamiento, ni tan siquiera el dentista que lo atendió de urgencia en primera instancia, lo mejor era preguntarle a él mismo...

- "¿Por qué no has puesto las manos al caerte?"

Él se quedó muy sorprendido por semejante pregunta, como si le hubiesen preguntado una tontería mayúscula. Con cara de inocente suficiencia, de esas que solo saben poner los niños, contestó con absoluta convicción...

- "¡Pues, porque estaba sujetando el bocadillo!"

Al final, sí que había actuado por instinto de auto-protección...

¡Todo es cuestión de prioridades...!

sábado, 2 de octubre de 2010

Después de la huelga ¿general?...

Desde el pasado miércoles no hace más que rondarme la cabeza el chiste del dentista...

El paciente entra en la consulta del dentista y toma asiento en el sillón. Cuando el dentista se agacha hacia él para colocar la lámpara cerca de la boca, el paciente le agarra con fuerza los testículos y le pregunta...

"¿A que no nos vamos a hacer daño?..."

La imagen del paciente y el dentista me vino a la mente por primera vez cuando oí atónito a los líderes sindicales proclamar ufanos el éxito de su huelga ¿general? y no vi a un solo representante o portavoz de ninguna administración pública contestar con datos en la mano que la incidencia, fuera de un par de grandes fábricas, mercados de abasto y polígonos industriales controlados por piquetes ¿informativos?, había sido prácticamente nula...

Volvió a mí esa imagen cuando vi, al día siguiente, al presidente del gobierno sentenciar que su reforma laboral no sufriría modificación alguna, y ninguno de los líderes sindicales huelguistas del día anterior se atrevió ni a piar para contestar a tan tajante afirmación...

¡Qué desatino el de unos sindicatos de chiste y pandereta que en un país que lleva más de dos años con cuatro millones y medio de parados utilizan un recurso tan gravísimo y extraordinario como la convocatoria de una huelga general solo para cubrir el expediente de sus capitostes!

¡Qué desatino el de un gobierno que aprueba una reforma en la legislación laboral sin consenso!

Pero prima el buen rollito entre gobierno y sindicatos y ya se sabe, se hace una huelga ¿general? partiendo de la premisa del chiste...

"¿A que no nos vamos a hacer daño?..."

Yo decidí no hacer huelga ¿general? y, como yo, casi el 95% de mis compañeros del colegio, el 99% de los comerciantes de mi barrio (solo cerró una frutería porque no pudo comprar género en Mercasevilla ante el entusiasmo ¿informativo? de los piquetes que había en el mercado central de nuestra ciudad), y el 100% de los comerciantes del barrio donde tengo el estudio, donde no cerró nadie...

Creo ser un ciudadano responsable y medité profundamente el emplear un recurso tan extremo como la huelga para algo tan grotesco como cubrir el expediente de unos sindicatos que después de más de treinta y cinco años de democracia siguen contando con una de las menores tasas de afiliación del mundo, a pesar de haber disfrutado de uno de los sistemas de subvenciones públicas más generosos del mundo.

Tampoco estoy de acuerdo con la reforma laboral, porque hace pagar los platos rotos a los de siempre, mientras "salva" al gran capital con ingentes cantidades del dinero de todos...

A la vista de lo ridículo de la imagen de sindicatos y gobierno como paciente y dentista que retorna a mi mente de forma constante, creo que no me equivoqué en mi opción libre de trabajar...

¡Esta huelga ¿general? ha sido un deprimente paripé!...